En la oscuridad de la noche, los lobos aullaban y había uno que, desde lejos, le lloraba a la luna. Era diferente, el más fuerte de todos. Era el único que se acompañaba con una guitarra.
En un principio fue el aullido
En las culturas de todos los tiempos, al lobo se le dieron atribuciones especiales por su comportamiento, por ser un animal nocturno, en general, vinculado con el peligro; por su forma de atacar y desgarrar a sus presas, también se lo relaciona con la lujuria, entendida como pecado capital, o bien, como un acto de posesión de un ser sobre otro.
Por ejemplo, para la cultura clásica, era un animal fantasma que dejaba sin habla a quien lo veía. Existía la creencia de que algunos grupos humanos, una vez al año, se convertían en lobos y luego recobraban su apariencia habitual.
Es importante aclarar que las lobas se relacionan con lo fundacional, como en el caso de Rómulo y Remo, pero también representan algo similar a la figura del lobo en cuanto a la encarnación de la lujuria, porque la idea de «loba» se asocia con la prostituta. Se dice que antiguamente, las mujeres que se dedicaban a la prostitución atraían a los marineros recién llegados al puerto, con aullidos, de ahí que se las llamara lobas. Incluso, en la actualidad, pueden encontrarse términos que remiten a esa asociación, por ejemplo: lupanar. De todas maneras, en este artículo no se hará referencia a la mujer, ni a la loba. El centro de la cuestión pasará sólo por el lobo en términos de arquetipo, es decir, como un tema que trasciende a toda cultura y que se manifiesta con un sentido simbólico.
En el lobo, por sus hábitos nocturnos, predomina la valoración negativa como encarnación de los poderes salvajes y satánicos; es más, las mismas fauces del infierno se representan en parte como la boca de un dragón, en parte como la de un enorme lobo. Son muchas las historias en las que el hombre, sea por tradición, por los genes o por una maldición, se convierte en lobo las noches de luna llena. En términos amplios, ese ser que lo habita representa las energías no dominadas, la pasión que descontrola.
En este sentido, el Blues fue considerado en ciertos ámbitos como una música satánica, que liberaba ciertas pasiones —sobre todo, la pasión del cuerpo—, y que merecía ser condenada. Por extensión, quienes cantaran o tocaran Blues captaban a las almas inocentes y las llevaban a ese mundo de perdición, e incluso, en algunos casos, hasta recibieron el nombre de «lobo».
El lobo con piel de cordero
En la Literatura, esta fiera suele mostrarse como un animal astuto, dueño del arte de la persuasión y con una gran habilidad para seducir. Tal vez, respecto de este tópico, la metáfora más conocida sea que el lobo se pone la piel de cordero para poder llevarse las ovejas del rebaño, mediante el truco de mostrarse como inofensivo para luego atacar, cuando la víctima menos se lo espere. La expresión proviene del Nuevo Testamento, del famoso Sermón del Monte (Mateo 7: 15-20): Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces.
En los Estados Unidos, la frase fue muy utilizada por los evangelistas que llevaban el mensaje de Dios a las congregaciones afroamericanas y en la música, es recurrente la referencia al lobo como encarnación del diablo. Basta nombrar, como ejemplo, Peace in the Valley, de Thomas Dorsey: There the bear will be gentle, the wolf will be tame, / And the lion will lay down by the lamb, / The host from the wild will be lead by a Child, / I’ll be changed from the creature I am (Entonces el oso será amable, / El lobo se amansará, / Y el león se rendirá a los pies del cordero, / El anfitrión salvaje será guiado por un Niño, / Yo dejaré de ser la criatura que soy).
En esta canción, se habla del momento en que las personas se desprenden de todo lo pecaminoso y se encuentran con Dios, y los animales mencionados —el oso, el lobo y el león— encarnan los pecados de la carne, que seguramente eran los que más preocupaban a la sociedad norteamericana.
El lobo y el Blues
Como ya se dijo, el Blues era, para los puritanos, una música de perdición. Tal vez, porque, después de una larga jornada de trabajo, la gente se reunía a cantar, a tocar y a tomar alcohol; quizás, por las cadencias sensuales o por el contenido de las letras.
Lo curioso es que varios de los que tocaban y cantaban Blues, durante la noche, tenían el hábito de ir los domingos por la mañana a la iglesia y participaban activamente en los coros o predicaban la Palabra de Dios.
A muchos se les planteaba la disyuntiva sobre continuar el camino de la vida, siguiendo los preceptos de Dios, o si mantenerse en la oscuridad nocturna, de la mano del Blues. Uno de los tantos casos es el de Thomas Dorsey, quien dejó de escribir música secular tras la muerte de su esposa, a fines de los años ‘30, y se dedicó de lleno al Gospel como tantos otros bluesmen que, incluso, hasta sus últimos días en las décadas de ‘60 o ‘70, se rehusaban a cantar sus viejos Blues por temor a un castigo divino.
En la otra vereda, algunos afirmaron haber vendido el alma al diablo y otros tantos tomaron algunos aspectos de los símbolos satánicos conocidos por todos y los utilizaron en sus letras como parte de la propia imagen.
El secreto en las letras
La poesía del Blues suele esconder símbolos que para la audiencia de la época eran claramente entendidos. Las expresiones eran conocidas, y la «conversación» entre el músico y el oyente tenía un acuerdo tácito sobre el verdadero contenido. Sea por las razones que fuere, con el tiempo se van perdiendo esos pactos, y muchas veces el público pierde, en cuanto a las letras, el sentido de fondo de las canciones.
A veces, sobre todo en las audiencias que no están tan imbuidas en el contexto de la música afroamericana, puede suceder que algunas personas no encuentren relación entre Hoochie Coochie Man, tema interpretado por Muddy Waters, y el hombre lobo.
Sin embargo, esas mismas personas quizá saben que el hombre lobo es el séptimo hijo varón, que nace en la séptima hora, del séptimo día, del séptimo mes. Y, tal como se dijo antes, el lobo es símbolo de lujuria, por lo que se puede deducir el origen de las habilidades de seducción del Hoochie Coochie Man: On the seventh hour / On the seventh day / On the seventh month /The seven doctors said / He was born for good luck / And that you’ll see / I got seven hundred dollars / Don’t you mess with me (En la séptima hora / del séptimo día / en el séptimo mes / siete doctores dijeron / que nació para la buena suerte, / ya lo verás, / tengo setecientos dólares / no te metas conmigo). En otras palabras, el tema narra la profecía sobre un hombre que puede hacer enloquecer a las mujeres, que tiene la buena fortuna de su lado, pero, para presentarse este personaje se vale de las características propias del hombre lobo.
El lobo aparece en el Blues constantemente: en las letras, en los arrastres de la voz, en esa suerte de gritos y aullidos representados en los saltos de registro que los cantantes utilizan como recurso, por ejemplo, en Cool Drink of Water de Tommy Johnson o en I’m a Woman (sobre todo en la versión de María Muldaur), y por qué no, en el nombre de algunos músicos.
«Funny Papa» Smith
El nombre de Howlin’ Wolf (lobo que aúlla) lo recibieron dos músicos en épocas diferentes. El primero y menos conocido, fue John T. «Funny Papa» Smith, que, entre 1930 y 1931, registró sus primeras 22 grabaciones. Existe muy poca información sobre la historia de este cantante y guitarrista.
Se sabe que nació en Texas, entre 1880 y 1890, y que pasó un tiempo viviendo en Louisiana y en Oklahoma. Su carrera se vio interrumpida por una sentencia de cuatro años a una penitenciaría estatal en Texas, por matar a un hombre durante una pelea. A su salida, continuó con su vida itinerante donde tocaba en fiestas, Fish Fries y Jukejoints, a menudo en compañía de Texas Alexander y Dennis «Little Hat» Jones. Volvió a grabar en 1935, para continuar tocando hasta su muerte, alrededor de 1940.
Uno de los temas que grabó fue el Howling Wolf Blues, que se convirtió en su sello personal, al punto que desde entonces se lo conoció con ese nombre.
Pero indudablemente, también en su lenguaje poético estaba presente la mitología del Lobo encarnada en la sugestiva letra de sus Blues de dos partes de 1930, Seven Sisters Blues, una canción con muchos componentes referidos a un grupo de mujeres que practicaban las artes ocultas.
Ya desde la antigüedad, las Siete Hermanas, más conocidas como las Pléyades, tienen una vinculación con el lobo, pues, una de las siete, Celæno, es la madre de Lycus (lobo) y de Chimærus (macho cabrío), además de ser el nombre de una constelación de estrellas.
Lonesome Dan Kase, refiriéndose a la letra del Howlin’ Wolf Blues, señala que presenta dos caras: una parte más bien agresiva, y una parte vulnerable. Por un lado, el lobo se enorgullece de su soledad y de ser mujeriego; por el otro, se muestra atrapado por las fuerzas no naturales que lo llevan a ser un misántropo.
Desde otra perspectiva, podría afirmarse que ser un hombre lobo, para «Funny Papa» Smith era un arma de doble filo, pues podía disfrutar del placer de estar con cualquier mujer, pero al mismo tiempo le generaba la angustia —o la culpa, si se quiere— de traicionar al ser amado. De todas maneras, tal como se sugiere al comienzo del tema, no es la primera vez que sucede, ni será la última.
Chester Burnett
El segundo Howlin’ Wolf es conocido por todo aquel que se dedique al Blues, y fue uno de los pilares de la historia de esta música. Chester Burnett, tal su verdadero nombre, nació en West Point, Mississippi, el 10 de junio de 1910.
La razón por la cual recibió ese apodo es incierta, incluso, el mismo Wolf adujo diferentes motivos. Pero a los fines de este artículo, resulta interesante contar algunas de ellas, pues evidencian que, culturalmente, los lobos eran una imagen reiterada en la vida cotidiana de los pueblos estadounidenses.
Una de las versiones afirma que, durante su primera infancia, tenía fascinación por la historia de Caperucita Roja, y le pedía a su abuelo que se la contara una y mil veces. Otra versión es que, cuando era un poco mayor y ayudaba en su casa con el degüello de las gallinas, la madre lo llamó Howlin’ Wolf por la saña que mostraba al matar las aves.
También hay quienes dicen que tomó el nombre de «Funny Papa» Smith a quien escuchó, seguramente, en los tiempos en su juventud. Más allá de toda explicación, el nombre se ajusta al perfil de su voz, una de las más distintivas. Áspera, grave, un poco ruidosa, primitiva y con el sello característico de sus aullidos en los remates de ciertas frases.
Sam Phillips, productor de Sun Records dijo, alguna vez, que «la voz de Howlin’ Wolf viene de un lugar donde el alma de un hombre nunca muere». La carrera de Howlin’ Wolf, llena de hitos y de responsabilidad en el desarrollo del Blues en Europa gracias a su vinculación con los Rolling Stones (quienes tomaron de él su Little Red Rooster para grabar y convertirlo en un inmenso éxito), encierra mucho más que un simple camino musical.
Como muchos otros bluesmen rodeados de un halo de misterio y leyenda, Howlin Wolf lleva perfectamente el carácter del hombre y del lobo, ya sea en sus aullidos, en su astucia, en su carácter hipnótico y dominante, en su sigilo o en su mirada brillante y profunda, que se distingue en la oscuridad de la noche.
El cordero con piel de lobo
Las culturas crean símbolos para poder explicar cuestiones del mundo que son difí- ciles de transmitir en simples palabras. Uno de los conflictos más complicados de llevar adelante, para la sociedad norteamericana, fue el proceso de transculturación, es decir, lo que se produjo a partir del contacto entre la cultura africana y la tradición europea, con todos sus matices.
Como suele suceder, aquellas cosas que resultan desconocidas se convierten en monstruos y son un peligro para aquellos que pertenecen a otro mundo. El lobo encarnó muchos de esos males en su figura, y sirvió tanto de emblema como de escudo para los afroamericanos.
Pero, una vez que ya se toma contacto con aquello que era desconocido, las formas cambian su sentido y se transforman en algo nuevo. Para muchos, el mundo del Blues fue una amenaza, luego un espacio para poder expresar sus sentimientos y compartir emociones con un público que sufría las mismas problemáticas.
Y ese monstruo que podía hacer que se desataran las peores pasiones es una vía de expresión que se desarrolló de tal manera, que se convirtió en un símbolo más de los tantos que conforman la identidad norteamericana.
El Emperador Jones
En 1920, el público de Estados Unidos tuvo la oportunidad de ver, por primera vez, a una compañía formada por actores blancos y negros, en una obra de Eugene O’Neill: El Emperador Jones.
Se trata del derrumbe de un dictador negro ante sus propios miedos, y ante la rebelión del pueblo sometido. Su nombre es Bruto Jones, un afroamericano que mata a un hombre blanco, y es arrestado por ello. Jones escapa a una isla de las Antillas, y se establece como emperador. Su poder surge de un mito: Bruto Jones es inmortal, sólo podrá aniquilarlo una bala de plata.
Mediante el recurso del flashback, y con un creciente sonido de tambores, Jones transita por el bosque en un intento de escapar de sus antiguos súbditos, quienes se han rebelado contra él. Hacia el final de la obra, el espectador comprende que los tambores forman parte de un ritual en el que el pueblo sometido funde objetos de plata para poder fabricar una bala que le dé muerte al emperador.
Resulta interesante la incorporación del arquetipo del hombre lobo en una pieza fundacional, como ésta, pues, en contra de lo esperable, el personaje es un hombre debilitado. La fuerza reside en el pueblo que se rebela ante él y que decide poner fin a su gobierno.
Uno de los temas centrales de la obra es la cuestión racial en múltiples aspectos: no sólo se trata de las diferencias de color que se sostenían en 1920, como una marca cultural de los Estados Unidos, sino también la negación de la propia naturaleza, tal como sucede con Jones. De alguna manera, O’Neill sugiere que cualquier persona que sucumbe a las tentaciones del poder es susceptible al racismo, incluso aquellos que lo han padecido.
Por esta razón, el dramaturgo observa la necesidad de un cambio, en el que es necesario derrumbar ciertas estructuras que imponen determinadas relaciones en la sociedad norteamericana.
Este artículo fue publicado en diciembre de 2009 - marzo de 2010, en el N.° 5 y 6 de Notas Negras