
En el marco del Festival TABA 2025, Chin, chin, mon amour! fue un encuentro donde la poesía y la conversación se entrelazaron en una velada de palabras y emociones. Con la cálida conducción de Anne-Sophie Vignolles, el público fue recibido en un espacio que invitaba a la escucha atenta y al disfrute de las múltiples maneras en que la poesía puede habitar el mundo. Su presentación, cercana y generosa, estableció el tono perfecto para lo que sería un recorrido por cuatro universos poéticos distintos, cada uno con su impronta singular.
La noche estuvo marcada por la diversidad de voces. Nahuel Lardies llevó a la audiencia a un territorio donde lo fugaz y lo cotidiano adquieren una dimensión poética inesperada. Su manera de mirar lo imperceptible y dotarlo de una densidad nueva permitió que la escucha se volviera una experiencia de reconocimiento y extrañamiento a la vez. Con un lenguaje preciso y sin artificios, sus versos abrieron un espacio de contemplación.
Sol Fantin, por su parte, desplegó una poesía donde la delicadeza y la intensidad conviven en un equilibrio preciso. Su escritura, que no evade lo difícil, encuentra en la amorosidad un modo de nombrar y dar refugio, haciendo que sus palabras resuenen con una ternura que deja huella. Su lectura tuvo la cadencia de quien sostiene el dolor con la suavidad de quien cuida.
Marina Mariasch ofreció una poesía que se sumerge en los vínculos y sus complejidades, en el que explora otras formas de amar, desde la ternura hasta el desgarro. Su manera de decir, entre lo íntimo y lo político, puso en escena la potencia del lenguaje como un espacio de resistencia y transformación.
Patricio Foglia, con su capacidad para transformar lo habitual en materia poética, propuso un recorrido por lo que suele pasar desapercibido, que le da una hondura singular. Su poesía, cargada de imágenes nítidas y un ritmo envolvente, invitó a detenerse en los detalles mínimos y, a través de ellos, descubrir lo que la vida ofrece cuando se la mira con atención.
La combinación de estas cuatro voces hizo que la noche tuviera momentos de contrastes y de encuentros, de silencios cargados de significado y de palabras que resonaron más allá de la lectura. La calidez de Anne en la conducción, sumada a la curaduría precisa de Roma Godoy, convirtió el evento en un espacio donde la poesía no solo se escuchó, sino que también se sintió en cada rincón. Chin, chin, mon amour! no solo celebró la palabra poética, sino que también reafirmó su capacidad de convocar, conmover y transformar.
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